20 octubre 2012

Cartas

Creo que no debería haberte animado a alejarte hacia otras estrellas, sino a que te acercaras un poco más para poder calentar cada rincón de tu fría alma. Despiadada dulzura. ¿Debe pedir perdón la ilusa o el que juega con sueños ajenos? En el caso de ser cierto lo primero, lo siento. Siento haberlo hecho. Siento no haber sabido escuchar la realidad sobre los susurros de tus promesas dulces. Las mismas que se enredaban entre nuestros labios. Aquellas que al final se tornaron agrias. Agrias como las lágrimas de después, esas que ahora mis ojos apenas recuerdan. ¿Y yo? ¿Recuerdo yo algo? ¿Quedan retales escondidos entre los pliegues de aquella que nunca olvida? Puede que sí. Puede que yo haya desaprendido a jugar con esos recuerdos al escondite. Desaprendido a encontrarlos. Aprendido a curarme.
Te he desaprendido a ti.
¿Podrás perdonarme? Porque por mi parte, no tengo nada que recriminarme.

Miró al frente, con la caligrafía fina grabada en sus pupilas, navegando entre las olas de su memoria, cubriéndolo todo con una tinta negra como el carbón. Como las nubes que acariciaban la línea del horizonte. Y en el fondo de su alma brotó una duda. Una que ni siquiera aquellos nuevos besos podían borrar.
¿Había perdido su Estrella Polar?

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